De unos años a esta parte -desde que estoy habitado por determinadas ausencias, por algunos arrobos mentales, diría-, siempre que he de deslindar ciertos episodios de trabajo -es indudable que una aristocracia del paro también imprime carácter- debo de acudir al subyacente auxilio identificador de los libros. Quizás llegue usted a entenderlo, doctor, o no, que es lo que pretendo, si le indico que el de los libros no es un artificio nemotécnico, pues uno -¿lo juro?- no es ni tan leído ni tan poco, lo normal, sino un sencillo referente de localización de naturaleza ocupacional. Cosas que pasan: un referente que pone en juego la razón o sinrazón del (con)vivir y de una inherente dinámica de factores ¿en qué medida opuestos? tales como lo armónico, lo inarmónico, lo amistoso, lo hostil, lo pacifico, lo belicoso. En otras palabras, angélico doctor, como y por qué conviven, dicho sea a titulo de ejemplo y sin ·animo de señalar, en una misma geométrica persona el perfil cruento, no muy usual del llamado asesino de la ciberpista -doscientas muertes en su haber según la ultima oleada de medios- y su tierna, tampoco habitual adicción lectora a la hagiografía o vidas de los santos, dígase santa Vanesa, san Francisco o santa Margarita María de Alacoque -¿se escribe así?-, mejorando lo presente.

REALIDAD E IRREALIDAD FENOMENOLÓGICAS DE LA CAJA
DE B. B. A SANTA MARGARITA M. DE A. Miguel Logroño

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